Periodistas como los de la revista Cambio son una especie en vía de extinción que empiezan la semana pasando hojas de vida. ¿Dónde encontrarán trabajo si en Colombia ya no interesa lo que saben hacer?
Columna de Yolanda Reyes en EL TIEMPO: Recursos Humanos
(El título del post es el intro que aparece en el Home de El Tiempo a ñas 00.31 am del 22 de Febrero de 2010)
Harold Abueta, Gerardo Aristizábal, Jorge González, Óscar Montes, Eduardo Páez, José Manuel Reverón, Elizabeth Yarce: ¿le dicen algo estos nombres? Si quiere una pista, los llaman "Recursos Humanos" y, como tantos colombianos que se han quedado sin trabajo, comienzan hoy la semana repartiendo hojas de vida o haciendo fila para solicitar traslado, del Régimen Contributivo al Régimen Subsidiado. La causa de su despido, según los Dueños de Casa, es la imposibilidad para reubicarlos en el nuevo sistema. No es nada personal, les aclaran, y menos tiene que ver con posiciones políticas. Formaron un gran equipo que se destacó por su profesionalismo, por su rigor investigativo, por su compromiso indeclinable con la verdad, bla, bla, bla. Por todas esas razones, supongo que les anexan una recomendación laboral a su carta de despido, con firma y sello de Gerencia, para que busquen trabajo.
Si aún no lo ha adivinado, estos recursos humanos -corrijo: seres humanos- formaron parte de lo que hoy se denomina genéricamente "el equipo de Cambio". Ellos y otros compañeros suyos, dirigidos por María Elvira Samper y Rodrigo Pardo, fueron sorprendidos en cumplimiento del deber. Gracias a sus desvelos, conocimos asuntos públicos de los que no habríamos tenido noticia. ¿Dónde buscarán empleo, si lo que saben hacer ya no le interesa a nadie en Colombia? Tildados de sospechosos por cumplir con el oficio para el que fueron formados -preguntar, informar, analizar, revelar-, ¿tendrán que pasar su currículo para ser jefes de prensa y manejar la base de datos de algún candidato? ¿De Uribito, por ejemplo?
Aunque no soy optimista -y no hay razón para el optimismo sobre el futuro del oficio en este país-, lo único rescatable de estos días es la reacción de tantos colegas que no se tragan entera la explicación oficial y quieren dejar constancia. Quizás porque presentimos que, tarde o temprano, correremos la misma suerte, o quizás por saber que las palabras son una forma de nombrar la ausencia, la tinta sigue corriendo. ¿Más columnas sobre Cambio? Con tantos temas calientes, con todo lo que se ha dicho, ¿no es llover sobre mojado?
Seguramente lo es. Probablemente también, dentro de un par de semanas, Cambio será un tema frío. Como sucede en los duelos, la fuerza de la costumbre nos habituará a no esperarla los jueves, hasta que se convierta en archivo muerto o en otra antigüedad de museo para documentar la historia de lo que fue el periodismo. Con las máquinas de escribir, el cuarto de revelado, el télex, los dedos manchados de tinta, los enviados especiales, el criterio, el coraje y la pluma, los periodistas han pasado a ser una especie en vía de extinción: tan anacrónica y pesada como esas enormes rotativas que hoy parecen dinosaurios.
Después del entierro y las flores, no sólo cobramos conciencia creciente del hueco que dejó Cambio, sino de las múltiples formas que adquiere lo que antes se llamó "censura": ¿política, económica, mediática, de mercado, o todas las anteriores? La mezcla incierta y sutil es un signo de los tiempos: no hay dictador que la ordene, ni director que la firme, ni censor con lápiz rojo. Se incorpora lentamente y se nutre, a veces del miedo, y otras veces del halago. Y cuando nos damos cuenta, se ha instalado en nuestra casa. Entonces nos sorprendemos dudando del mal el menos: ¿nombrar la soga en la casa del ahorcado o autocensurarnos para cuidar el trabajo?
Como en todas las decisiones, siempre habrá un balance de pérdidas y ganancias. Para que el negocio sea un gana-gana, como hablan "los comerciales", hay que hacer ciertos ajustes, aunque los escritores y los lectores perdamos la posibilidad de arriesgar y cotejar distintas versiones. Eso aseguran, al menos, pero no estoy tan segura de que esta prensa, pasteurizada y en serie, se venda en el largo plazo.
¿Qué hacer, entonces? ¿Acaso otro minuto más de silencio por este equipo entrañable y valiente? Al contrario: la peor forma de censura consiste es volver invisible al otro.
Yolanda Reyes
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